Biografía de Sonora Palacios
Finales de 1961 e inicios de 1962. Poco a poco, los ritmos coléricos comenzaban a florecer en el dial, de la mano del rock and roll y la fiebre mundialera, desplazando casi por completo de las radios a los espacios bailables, donde el chachachá, las guarachas y el mambo habían sido los protagonistas indiscutidos durante la década anterior.
Disfrutando de aquellos ritmos, entre Talca y Santiago, crecía un entonces estudiante de violín del Conservatorio de la Universidad de Chile, quien por esos días comenzaba a concretar un largo anhelo: formar su propia orquesta inspirándose en su banda favorita, la Sonora Matancera.
“Al principio no me no me gustaba la música, porque cuando niño mi papá era muy estricto, y era una obligación estudiar música e ir al colegio. El que iba en la mañana a la escuela, durante la tarde debía estudiar música, y así. Éramos 14 hermanos.
Incluso, cuando mi papá salía a trabajar nos dejaba con la tarea de practicar, y llegando a la casa nos revisaba los dedos para ver si teníamos las cuerdas marcadas o nos habíamos puesto a jugar”, cuenta Marty Palacios Caro, fundador y director de la Sonora Palacios, su alegría de toda la vida.
Entró al conservatorio sabiendo que lo suyo era la música popular. Y clandestinamente, junto a compañeros, familiares y amigos, conformó un conjunto entre clase y clase, que incluía violines con cápsulas (para poder ser amplificados), piano y timbaletas. Los violines fueron alternando paulatinamente con las trompetas, hasta que estas últimas terminaron por ganar su espacio definitivo en el conjunto, el que rápidamente comenzó a cautivar al público en escenarios como la Taberna Capri, y locales de la calle San Diego.
“Hacíamos boleros, y lo que tocaban las orquestas de ese tiempo. Pero la idea era hacer algo diferente y crear algo con lo que el público pudiera bailar, porque seguir haciendo mambo no tenía gracia”, afirma Palacios.
Es en esa búsqueda donde persigue una nueva sonoridad, sencilla, marcada y con un ritmo que la hiciera especial. Es ahí donde nace un nuevo estilo de cumbia, completamente diferente a su versión centroamericana. “La cumbia colombiana es pausada, tiene letras largas, donde cuentan grandes historias. Usa mucho el acordeón y la improvisación. Entonces lo que hice fue armar temas con una introducción corta, que al tiro se sintiera el impulso, una letra con contenido, coro repetitivo, volver a la letra y coro.
Todo esto sincopado con una bonita melodía. Nuestros temas duran dos o tres minutos máximo, en cambio la cumbia colombiana puede durar fácilmente cinco o seis minutos, y la gente se aburría”, señala Palacios.
Fruto de esa fórmula, comienzan a nacer las primeras cumbias de la Sonora, las que inmediatamente llaman la atención del público asistente a sus presentaciones, quienes llenaban la pista al sentir sus primeros acordes. “La gente pedía que repitiéramos las cumbias. Eran temas sencillos donde el cantante dice algo, y las trompetas contestan, mientras el piano va armonizando, haciendo un tumbao, como le llamamos nosotros, y junto al bajo, que hace un acompañamiento sencillo. Todo muy acorde al chileno, porque no somos bailarines netos.
Por eso entramos inmediatamente y gustó”, recuerda Marty Palacios, patriarca de tres generaciones de una familia de músicos ligados a la Sonora. Hoy comparte escenario junto a dos de sus hijos, mientras algunos de sus nietos estudian carreras relacionadas, y se desempeñan en el ámbito técnico de cada presentación.