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Gracias a mi conducta vagamente antisocial temo no verme nunca encaramado a un pedestal: no alegrará mi efigie el censo de monumentos, no vendrán las palomas a rociarme de excrementos.
Y es una pena, la verdad, porque sería muy bonito seguir de adorno en mi ciudad sobre un bloque de granito.
Pues qué penita y qué dolor, no tendré estatua, no señor.
Gracias a mi postura más bien anticlerical no será un siglo de éstos cuando entre al santoral: no acudirán beatas a pedirme un milagrillo, no vendrán los ladrones a vaciarme mi cepillo.
Y es una pena, la verdad, porque tenía cierta gana de echarle un ojo a la deidad mientras me doran la peana.
Pues qué penita y qué dolor no tendré culto no señor.
Gracias a que mi musa se las da de cerebral son pobres mis compases para expresión corporal: no danzarán mis prosas las reinas de discoteca, no vendrán los carrozas a hacer su gimnasia sueca.
Y es una pena, la verdad, porque sería algo inefable cambiar la torpe realidad y ser o Borges o bailable.
Pues qué penita y qué dolor no tendré el Nobel, no señor.
Gracias a mi tozuda decisión existencial no cabe entre mis planes dar ningún salto mortal: no gozará las honras funerales mi alma en pena, no vendrán los gusanos a tirar de la cadena.
Y es una pena, la verdad, porque sería algo divino ver cómo todo es vanidad, y yo en decúbito supino.
Pues qué penita y qué dolor no tendré esquela, no señor.