Partieron Michael Jackson y Prince, dos de los más ilustres intérpretes de las
mutaciones del pop negro, pero para alegría de muchos aquí tenemos
a Bruno Mars, que con
sus tan pintorescas pintas, está dispuesto a encajar su trono
chapado en oro en un nicho de mercado que, con los años, había
quedado huérfano de un cabeza de serie. Esos toques de funk con
ecos de pop-rap de los noventa y mucha esencia ochentera, aún no le
permiten medirse uno a uno con las leyendas, pero algo que
definitivamente no se le puede negar al artista hawaiano, es que ha
sabido cómo ganarse el corazón del público.
Son contados los cantantes, que tienen la capacidad de regresar
justamente un año después a la misma ciudad y pasar de abarrotar un
salón como el Palau Sant Jordi, a casi reventar un sitio tres veces
más grande como el Estadio Olímpico de Barcelona. Una proeza que
hasta antes de Bruno, sólo había podido conseguir Peter Gene
Hernández. Aproximadamente 54.000 personas, según la datos
facilitados por la organización, asistían a su concierto que lo
hacían notar como cualquier “Rockstar” de los años “70” u “80”.
Todo un logro teniendo en cuenta que, para quien ya lo hubiese
visto en abril de 2017, la única sorpresa debieron ser las
dimensiones corregidas y aumentadas y el tamaño extra grande de ese
escenario lleno de pantallas y luces de diseño que le dieron la
atmósfera a un espectáculo idéntico, siguiendo la misma batuta y
apenas haciendo algunos cambios en el repertorio. Una noche que a
cualquiera le daría una sensación de déjà vu.
Ahí estaba Mars, con su chaqueta de béisbol, la gorra calada y la
banda siguiéndole, sobre el escenario con algo más de media hora de
retraso y sin haber ninguna razón aparente. Entrando y saliendo a
toda marcha de los restos de Stevie Wonder, Lionel Richie y, claro,
de esos valores seguros que son Prince y Jacko. Un baile de
máscaras sin muchas pausas y en que los momentos de diversión pedía
baile, amor o un poco de ambos, y en los mismo se arrancaba con un
solo de guitarra para bajarle el desenfreno a jugaba el funk
robotizado y radio-formulable de “Chunky”, luego daba paso
a un pop meloso con “That’s What I Like” o se ponía a
prueba como todo un baladista rompecorazones con “Versace On
The Floor”.
Éxitos más o menos inmediatos con los que complicadamente podría
cambiar el camino de la música popular pero que, concentrados en
hora y media, componen un entretenido viaje por la faceta más
comercial y melódica de la música afroamericana.
En ese preciso momento es donde el hawaiano se mueve con mayor
comodidad y se permite deslizar pedazos de la marcha nupcial que se
mete a todo un estadio en el bolsillo con la pegajosa sencillez de
“Marry You”, canción que sirvió anoche para recordar
algunas de las canciones que le lanzaron a la fama. Canciones como
“Runaway Baby” y “When I Was Your Man”, receso
alargado por un decimonónico solo de piano tras el que llegó, ahora
sí, el momento final, con el broche de oro “Locked Out Of
Heaven”, el griterío de “Just The Way You Are” y el
arrebato de "Uptown Funk", sin duda el mejor momento de
toda la noche.