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Supe de ti más bien pronto que tarde en la sucia esquina de esa calle que arde. Nuestros guiones iban buscando nexos y no encontraron más que dos hambrientos de sexo.
Volé a tu nido en avión barato, presenté mis credenciales hablando en esperanto. Saqué de la chistera cuentos dylanianos por si así conseguía encadenarme a tus manos.
Me reuní con la almohada en “petit comité” y empapado con tu sudor le pregunté en qué lado de la cama gozarían hoy todo lo que tú me das y todo lo que yo soy.
Fueron días de lujuria con sus luces y sombras, pisando lujos y excesos y no rojas alfombras. Te regalé de todo excepto besos sin sal, siendo a partes iguales loco y sentimental.
Y aunque aspiras alto, sé muy bien lo que te digo: yo no quiero cortarte las alas, quiero que vueles conmigo.
Si te mueres, que sea de risa, si me matas, hazlo por amor. Que tus labios jamás tengan prisa, vuela conmigo, por favor.
Hoy lloro sin consuelo como un juguete roto, los besos de despedida siempre saben a poco. Tu mirada esquivé y cerré la puerta al salir, con un «Ich liebe Dich» que no te pude decir.
Como hago siempre que sé que es vano amar, terminé borracho y al llegar al último bar perdí la ropa, la dignidad y la cartera, y amanecí en la cuneta de tu carretera.
Le tendí la mano a quien no me trataba de usted, y busqué cobijo en los primeros labios que encontré.